Recientemente, apareció la palabra “fuera” pintada en la puerta de una galería de arte. Me sorprendió que alguien pueda siquiera pensar que una galería deba irse de ningún lugar, especialmente cuando muchas de ellas se ubican en barrios modestos y humildes. Reflexionando sobre esto, llegué a la conclusión que solo desde el desconocimiento profundo del concepto arte y del papel fundamental que desempeña se puede sostener una idea semejante. Ante este tipo de consignas, queda claro que aún hay una enorme labor pedagógica por hacer.
Seguramente muchos imaginan que una galería es simplemente un lugar donde se comercia con obras ajenas para satisfacer los caprichos extravagantes de opulentos clientes y tal vez, en ciertos casos, sea así; quizás las galerías más elitistas se acercan a ese estereotipo. Pero yo quiero hablar hoy de todas las otras: de las pequeñas galerías que no salen en televisión por pegar un plátano en la pared o por exponer globos inflados con el aliento del artista de turno. Hablo de aquellas que arriesgan cada día su credibilidad y sus dineros por algo en lo que creen, sin que eso signifique necesariamente obtener pingües beneficios. Quiero acordarme de aquellas que cada día tienen la necesidad y obligación de reinventarse para mantenerse en este mercado tan delicado y frágil.
La realidad es menos pragmática, pero sin duda, mucho más interesante. En mi experiencia personal con ellas, he podido descubrir el enorme trabajo que realizan, un trabajo que en muchas ocasiones queda oculto al ojo más profano, eclipsado normalmente por la obra del artista. Detrás de cada exposición hay un gran trabajo, esfuerzo y dedicación, yo diría que casi en un puro acto de fe. Una devoción por el arte que en su menos veces se ve recompensada con una venta, porque sí, el galerista también necesita comer, pagar el alquiler, la luz y el agua… como cualquier hijo de vecino.
No debemos olvidar que tener una galería en el barrio es como tener la suerte de contar con un museo al lado de casa. Cuando alguien monta una panadería, intercambia panes por dinero, en ese intercambio se crea un equilibrio y a ese equilibrio lo llamamos mercado. Pero en una galería se intercambian ideas a través del arte, y en ese intercambio de ideas con las que todos nos enriquecemos, a ese enriquecimiento lo llamamos cultura.
Desde tiempos antiguos, el arte ha sido un elemento esencial y diferenciador de nuestra especie. El arte ha coadyuvado a transformar el mundo y también ha cambiado su forma de materializarse y su modo de exhibirse y exponerse a través del tiempo. En ese proceso, las galerías han jugado un papel clave: han contribuido a dar forma, sentido y difusión a la obra, porque el arte necesita encarnarse en algo, y las galerías son uno de los espacios donde eso sucede con mayor claridad. Tal vez por eso nosotros los artistas, deberíamos participar más activamente en esta labor didáctica.
Hay que saber, aprender y enseñar que las galerías son parte de esa composición de la que nos habla Markus Gabriel en “el poder del arte” y por ende, la galería, como coartista de ese “arte artístico” del que nos habla Ortega y Gasset en su “deshumanización del arte”, como colaborador necesario para mostrar esos matices de aquel cristal en la ventana frente al jardín del que nos habla Ortega.
Son estas pequeñas galerías las que funcionan como espacios vivos donde se crean nuevos discursos, fuera de los canales oficiales. Es cierto que toda galería selecciona, excluye o enmarca según su criterio o su línea estética. Pero precisamente por eso es necesaria una oferta diversa y abundante, porque es de ahí desde donde debe nacer nuestro espíritu crítico.
Por todas estas cuestiones he decidido creer que al autor de este grafiti, en su prisa por terminar el grafiti olvidó pintar la Z que sin duda trasmite una idea mucho más poética de este asunto en estos tiempos inciertos.
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