lunes, 20 de octubre de 2025

Pantagruel y el Hombre que quería poseer una piedra



El hombre que quería poseer una piedra


¿Con Israel o con Palestina?


En esta continua polarización de la opinión pública, parece darse por sentado que, si estás a favor de uno, debes estar en contra del otro, y viceversa. Este modo de pensar, sin matices, se ha extendido a casi todos los debates de nuestra sociedad: necesitamos enemigos para sentirnos del lado correcto de la historia.


Pero en ese afán de señalar quiénes son los buenos y quiénes los malos, a menudo olvidamos reflexionar sobre algo más profundo.


El universo tiene unos 13.500 millones de años. La Tierra, tal como la conocemos, cuenta con unos 4.500 millones.

Los hombres, esta frágil especie que escribe, recuerda y pelea, existimos desde hace apenas 200.000 años. Y cada uno de nosotros, en promedio, vive unos 80. Dicen los astrónomos que la Tierra seguirá siendo habitable, al menos, durante otros mil millones de años. Si esto es así, nuestro paso por ella no es más que una fútil, efímera y fugaz vibración, en mitad de este inmenso cosmos.


Por eso, resulta paradójico, y un tanto absurdo, presenciar guerras por un trozo de terreno como las que vivimos. Nos hemos olvidado de que no somos los dueños de nada: apenas somos transeúntes diminutos en una roca suspendida en el espacio.


Una vida efímera de ochenta años cree poder poseer un lugar, cuando las piedras que conforman ese territorio ya estaban aquí millones de años antes, y seguirán aquí millones de años después. Nuestra voluntad de tener nos condena a intentar poseer lo que, por su propia naturaleza, no puede ser poseído.


En la literatura oriental se cuenta la historia de un hombre que creía poseer una piedra solo porque la tenía en su mano. Un sabio lo corrigió:


—Nada puede ser poseído verdaderamente, le dijo, porque cuando creemos poseer algo, nos convertimos en sus esclavos.